Vacío es sinónimo de nada.
La palabra “vacío” suena como un eco de escalofríos y tristezas inciertas.
Vacío es sinónimo de nada, de ausencia y de desiertos estériles. Algunos desiertos están sobre los mapas y otros no son más que manchas de color indefinido en los pensamientos. No para Tiago Da Cruz. Para el fotógrafo portugués el vacío es un reto. Su cámara apenas muestra interés por los lugares poblados o por los rostros cargados de ideas y sensaciones. Son los rincones deshabitados y, en ocasiones, las caras desdibujadas, los que llaman su atención. Lo tenía muy claro en sus primeras fotografías nocturnas y lo reafirmó en otras series como ‘El paraíso perdido’. Su último trabajo, ‘Void’, no deja lugar a dudas. Lo que le interesa es sugerir historias, no contarlas directamente.
Da Cruz es viajero por definición. No es de los que viajan para buscar imágenes, sino de los que llevan la cámara a cuestas en sus viajes por lo que pueda ocurrir. Sus rincones favoritos son los que se encuentran al alcance de cualquiera. No hay lugares nuevos. Hoteles, oficinas, bloques de edificios en grandes ciudades, locales nocturnos y pasillos de metro son algunos de sus escenarios preferidos. Muchos de ellos pueden haber sido fotografiados mil veces, aunque, precisamente por ser cotidianos, miles de veces pasan desapercibidos . Sin embargo, hay algo que permite identificar las fotografías como suyas.
La firma de Da Cruz quizá esté plasmada en la conjunción de tonos fríos y cálidos, o quizá en su visión poética de las luces de neón. Sus trabajos hacen pensar casi de inmediato en la escuela alemana más reciente, aunque la etiqueta no acaba de cuajar. Le sobra implicación y le falta asepsia. Domina la técnica, pero tuvo buenos maestros que le enseñaron que una de las grandes ventajas de conocer la teoría es poder apartarse de ella una y otra vez hasta que los resultados se acercan a lo que buscamos.
La búsqueda de Da Cruz se asemeja al susurro. Una cama vacía y revuelta habla de una noche agitada, las ventanas en forma de corazón de un burdel definen mejor que las palabras el eufemismo de maquillar el abandono con un poco de color. Los asientos vacíos de un pub iluminado por dos esferas plantean interrogantes sobre quién ha estado o sobre quién vendrá y los pasillos despoblados de una estación de metro evocan una noche sólo apta para solitarios.
Su manera de enfrentarse al vacío es, ante todo, intuitiva. Decir que el secreto está en los encuadres, en la luz y en los contrastes de color sería quedarse en lo obvio. El fotógrafo se sumerge en los ambientes hasta mimetizarse con lo que le rodea. Es entonces cuando toma la cámara y dispara. A pesar de que hay instantáneas de ciudades de Alemania, España y Portugal; la geografía es tan sólo una anécdota porque, salvo para quienes conocen el lugar en cuestión, las imágenes son a menudo intercambiables. Da cruz utiliza las líneas, las curvas y las perspectivas a su antojo para mostrar al espectador lo que en un momento determinado le ha hecho sentir que el lugar y el momento merecían ser retratados.
Es una fotografía valiente, especialmente en un momento en el que los avances de la tecnología parecen imponer la perfección como regla suprema. Entonces, Tiago Da Cruz vuelve a abordar la realidad desde una perspectiva menos convencional. Mientras continúa con la serie ‘Void’, ha emprendido una nueva aventura con el nombre de ‘I see a darkness’. En ‘I see a darkness’ apuesta por la saturación y por el ruido intencionado, de manera que las formas adquieren formas y volúmenes inquietantes, como si habitaran en una dimensión alternativa. De momento, es tan sólo una idea que cobra forma poco a poco. Si se repasa su obra, resulta evidente que, guste o no, ha logrado lo más difícil: que su fotografía se asocie rápidamente al nombre de su autor.
El Paraiso Perdido
Festival Fotográfico "Mira Algeciras" 2005
La mejor idea que ha concebido el ser humano a lo largo de su historia es la más irrealizable: el paraíso. Ya antes de ser descubierto, el paraíso ya estuvo perdido. Al enfrentarse con esta idea e intentar darle alcance se intuye que pertenece al pasado y al futuro, pero nunca al presente. Pese a todo, cada generación se esfuerza por conseguir acceder a ese lugar con el que han soñado todas las generaciones que han pasado por el planeta, en multitud de formas diferentes.
Un objeto cotidiano puede contener en sí la esencia del paraíso: una cama, como bien dice Sara, puede convertirse en el paraíso después de un día inquieto, una silla después de una mañana caminando, la ducha de agosto. Son representaciones momentáneas del edén, símbolos que representarían una totalidad. Yo quiero fotografiar estos símbolos. Mi trabajo no pretende obtener una idea global del paraíso. Me acerco a estos símbolos que descubro en la realidad cotidiana par
a que el espectador se acerque a ellos e intente desentrañarlos, averiguar qué hay detrás de ellos.
Creo que nuestra única posibilidad es intuir el paraíso detrás de algunos signos que lo delaten: si una cortina tapa una ventana es probable, sólo probable, que detrás de ella se encuentre la arcadia, el edén buscado. En el momento que una mano nada inocente la descorra, el paraíso empezará a degenerarse hasta acabar destruido. Al igual que en una película de David Lynch, me gusta que el espectador participe activamente e intente desmadejar el confuso ovillo que se presenta por delante. Siempre voy en busca de rincones y escenas más o menos intrascendentes de por sí, cuyo valor más poderoso reside en que pueden esconder, disimular o mostrar en forma quimérica o simbólica ese lugar anhelado al que la única posibilidad de acceso que se ofrece a los mortales parece ser precisamente aquello que nos cataloga como tales: la muerte.