Consideraciones de David Jiménez
Las imágenes de la vida van pasando por delante de nosotros, haciendo que las cosas tengan un sentido, un sabor y un color distinto cada vez, que tengan una trascendencia pequeña o grande pero que formen un conjunto al que llamamos nuestra vida. Sensaciones que muchas veces quedan prendidas en la memoria, de una forma más o menos inconsciente, y que adquieren luego otras formas, que juegan entre sí, se mezclan y se convierten en algo diferente, nuestros recuerdos.
Este trabajo fotográfico propone penetrar en ese lugar. Hay fragmentos de cosas vividas, de cosas vistas y sentidas a lo largo de unos años que de repente se unen, se separan, se relacionan en un espacio nuevo y hacen aparecer otra historia, otro universo. Entre ellas existen lazos más o menos evidentes, relaciones que están ahí o que pueden imaginarse. Lo importante es que lo que se ha empezado a construir aquí sea completado y convertido en otra cosa dentro del mundo personal de quien se acerque, y que cada uno sea tocado en un lugar al mismo tiempo familiar y desconocido, aquél territorio donde los pensamientos son más abstractos, los recuerdos se mezclan y los límites se pierden.
David Jiménez
David Jiménez por Alejandro Castellote
La deliberada ambigüedad de las imágenes minimalistas de David Jiménez es también una declaración de principios. Las suyas son fotografías sin interés aparente, que parecen disfrutar de un código de complicidad que se transmite al espectador sólo al cabo de un largo periodo de observación. Fotografías que se esconden tras lapsos visuales y que adquieren propiedades hipnóticas al menor descuido. Fotografías que no suministran evidencia alguna pero cuya capacidad de evocación recubre lo cotidiano de un aura poética.
Hay en su trabajo una mirada persistente hacia la periferia de nuestra atención, una mirada extasiada que descubre elementos fascinantes en los escenarios más banales. Sus imágenes emergen en voz baja del silencio. Tomadas una a una pueden parecer fruto del azar, pero el conjunto de su obra muestra una sintaxis privada, coherente y reconocible. No hay mención al tiempo, pero su ausencia convierte las escenas que fotografía en mutaciones visibles de los recuerdos. Recuerdos de instantes, de experiencias vividas o fantaseadas, representadas a través de elipsis.
El proceso de elaboración de sus imágenes es el resultado de un profundo conocimiento de la naturaleza del lenguaje fotográfico. Su personal estética sublima una buena parte de la evolución que ha experimentado la fotografía en los últimos 30 años; incorpora el hermetismo formal de las polariods de Robert Frank y la poesía post beat de Bernard Plossu con ecos al mejor Ralph Gibson de los años setenta. Se ha desprendido de la vocación descriptiva de la Fotografía para ilustrar sin grandilocuencias los estratos más interiores del ser humano. Sus fotografías son un sutil ejercicio de introspección constante, fluido y desdramatizado, en abierta sintonía con el carácter ingobernable de los sentimientos.
David jiménez se sirve de un medio tan tautológico como la Fotografía para realizar un bucle semántico y ponerla al servicio de la representación de lo intangible. La fragilidad de los mensajes que contienen sus imágenes en realidad es la estructura invisible desde la que construye otros universos. Porque al final todas sus fotografías hablan de él, le describen metafóricamente y, paralelamente, nos permiten recuperar esos fragmentos de nuestros propios recuerdos que la jerarquía de la memoria ha desplazado a un lugar apartado de nuestra conciencia y de nuestras descripciones verbales.
Alejandro Castellote.
Nina Kassianou dice de la obra de David Jiménez
Estas pequeñas piezas representan escenas del espacio familiar y de los lugares en los que David Jiménez vive a diario. No es, por supuesto, accidental el hecho de que regrese a esta temática, ya que en otros trabajos suyos percibimos esta obsesión casi metafísica en su visión. Aquí predomina la misma entrega a las cosas pequeñas, el mismo encanto de la abstracción, el mismo laconismo al servicio de la investigación del espacio circundante.
Es interesante escuchar la presencia del silencio que infunde estas fotos y que vaga por ellas. Un silencio que en realidad no es nada más que un hundimiento, una búsqueda paradójica en los espacios preexistentes, un vagar en los “espacios de la soledad”. No de la tristeza, porque ésta no existe en su fotografía, sino de la soledad como elemento en el que se basa la reflexión sobre la vida humana y la necesidad de encontrar un lugar en el mundo para ella.
A decir verdad, esta relación introspectiva con los espacios que hemos vivido atrae fuertemente mi interés. Quizá porque me crea sentimientos similares a los contenidos en las palabras del filósofo Gaston Bachelard: «La casa es nuestra esquinita en el mundo. Gracias a la casa, muchos de nuestros recuerdos tienen techo y aunque la casa sea algo complicada, con sótanos y áticos, esquinas y pasillos, nuestros recuerdos encuentran refugios cada vez más característicos. A ellos regresaremos en nuestras ensoñaciones durante toda nuestra vida… porque los lugares en los que vivió la ensoñación regresan por sí mismos en una nueva ensoñación». En el caso de David Jiménez, parece que estos refugios no se eliminaron nunca de su memoria, aunque los respectivos espacios estén borrados para siempre de su presente. Los refugios permanecen invulnerables en él. Nos presenta los lugares en los que ha vivido y trata de trasmitirnos la atmósfera, la temperatura y ―¿por qué no?― sus pequeños secretos. Así, las casas, tanto para el espectador como para el propio autor, se convierten en una fuente iconográfica principalmente mental, onírica, presentadas de una forma inestable y ondulada.
Roland Barthes, al ver la foto de una casa de Charles Cliffort, titulada Albambra, confiesa: «esta vieja foto me conmueve simplemente porque ahí desearía vivir. Este deseo tiene raíces muy profundas en mí y las desconozco… Como quiera que sea… yo deseo vivir ahí, con mucho gusto. Para mí, las fotos de los paisajes deben ser habitables, no visualizables».
Bastan las sombras de los árboles que se proyectan en la cortina de una ventana, los azulejos del baño, la ropa estrujada colgada en el perchero, la mesa de la cocina, un colchón apoyado en la pared o una nube en el cielo para que nos traslademos a espacios familiares en los que probablemente hemos vivido. Por eso me gustan estas fotografías, porque siento que yo también he vivido en esos lugares.
Nina Kassianou