Por un motivo u otro, El hombre sin atributos es lugar común para todo el pensamiento que hoy se enfrenta al conjunto de relaciones humanas establecidas respecto de la ciudad contemporánea, empujando a sus límites -una y otra vez- las reiteradas reconstrucciones del concepto de habitar. Por el alcance y complejidad que contiene -respecto del ser urbano y la ciudad- tanto en su propio texto como en la amplia bibliografía generada, el título de la obra inconclusa de Robert Musil es adoptado aquí como denominador de aquellos registros que asocian lo urbano y lo humano en la memoria del fotógrafo. Y, más aún, la existencia antiheróica y sin objetivos de Ulrich parece la atalaya más adecuada para situar esta mirada sin atributos sobre la ciudad y sus habitantes.

El alto grado de complejidades en el que se encuentra instalada la ciudad contemporánea es detonante de fenómenos muy diversos, que evolucionan de manera permanente y a gran velocidad. Este contexto conduce a la población urbana a establecer sus propias y diferenciadas formas de habitar, rompiendo en pedazos la clásica dicotomía que diferenciaba lo urbano de lo rural. Estas estrategias obedecen tanto a percepciones reales como imaginadas y equiparan concepciones de usuario y de imaginario.
Habitando, en el sentido más amplio de sus manifestaciones, el ser urbano construye un imaginario con capacidad para generar una ciudad única, propia y diferenciada, siendo ésta el referente y antecedente de todos sus usos posteriores, en un ciclo que se retroalimenta de complejidades mutuas. En este contexto, fotografiar las ciudades atravesadas es algo más que registrar la memoria de este proceso. Se trata de documentar la propia Ciudad-Imaginario.

Los valores de referencia culturales son fundamentalmente construidos por la memoria a partir de la mirada, siendo éste el cometido original y esencial de los museos. Cierto es que la evolución experimentada por los medios de difusión cultural, a partir de la fotografía, ha oscurecido este objetivo hasta la confusión actual, pero aún así no cabe duda que es en ellos donde se accede al (re)encuentro ritual -a veces instantáneo- de nuestra memoria con el icono.
Estos archivos documentan específicamente los espacios museísticos visitados. Imágenes que permitan evocar -junto a otros acontecimientos- esa mirada de confrontación ansiada por la memoria adquirida. Construye itinerarios y levanta actas de un aspecto protagonista de la propia memoria.

Para el arquitecto, interiorizar determinadas arquitecturas ajenas no solo está asociado con los procesos racionales de conocimiento. También con algo más complejo, que se relaciona con aquellos sentimientos capaces de generar emociones sin el contacto real con los objetos. Estos archivos registran y evocan el contacto -finalmente producido- con aquellas arquitecturas que guiaron en algún momento la experiencia personal del arquitecto-fotógrafo, convertidas para siempre en huellas sobre el camino interior recorrido.
Quizás se trate de un conjunto disperso, discontinuo y diferenciado respecto de otros tenidos por ortodoxos. En todo caso forma parte de lo vivido y se asume atravesado de ideas e intuiciones embrionarias y contradictorias, con el acompañamiento explícito de no pocos apasionamientos.