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El blanco

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© Ricardo Cases
La caza del lobo congelado

Cuenta el dueño de un coto del norte de España que hace no mucho cazó un lobo. En los buenos tiempos, el animal hubiera sido disecado o quizás tirado directamente a la basura. Hoy, la pieza escasa e ilegal acabó sus días en un arcón congelador. "Si viene a cazar gente importante, lo sacamos del congelador un día antes y les decimos: mira lo que matamos ayer. Es lo que quieren ver".

A medida que avanza la urbanización en España, la naturaleza va quedando cada vez más confinada. Cada vez es más la población que vive en ciudades, donde se concentra todo el trabajo y la actividad económica. Si uno se queda en el campo, el campo nunca será suyo: es necesario emigrar a la ciudad para conquistarlo.

Pero una vez que se está en la ciudad, la visión cambia. Se tiene el trabajo, el dinero y el bienestar pero se comienza a echar algo de menos. La conquista del campo se convierte en la conquista de un ideal romántico. El campo que quiere la ciudad no es un lugar salvaje, ni siquiera agrícola. Es un parque temático que representa el campo y al que uno puede acudir para consumir lo auténtico. Las casas rurales se esfuerzan por parecer muy rurales, los quesos muy artesanos, se les ponen nombres a cosas y lugares que no los tenían y la gente de la ciudad cree recordar cosas que fue en vidas o generaciones anteriores.

La lucha con la naturaleza es una de las cosas que hace hombre al hombre. Para el urbanita que puede pasar años sin ver jamás a los animales que come, sino apenas muslos y filetes, el hecho de matar un animal para comerlo supone un contacto con la realidad casi traumático pero excitante. Es la vida. Poder decir: lo maté YO.

Por supuesto, para eso también existen parques temáticos. Un coto de caza no es un monte salvaje donde aún quedan venados: es un espacio privado y vallado donde se crían venados y se les da de comer durante todo el año. Cuando llegue la temporada de caza, el urbanita vendrá de la ciudad en su todoterreno con asientos de cuero en busca de su experiencia. Se deja llevar por la sangre y el ambiente rudo que rodea la montería le devuelve aquello que perdió: el ser de pueblo. Con la escopeta en la mano, el español de pueblo que conquistó la ciudad recuerda que aún es un hombre, que puede sobrevivir.

Luego se hace una foto con su lobo congelado y se vuelve a subir a su todoterreno sin acabar de sentir que ha conseguido lo que venía a buscar.

En su mirada brilla la envidia a los perros que, borrachos de sangre, sí saben aún disfrutar como locos.

Luis López Navarro, 2007

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© Ricardo Cases
Belleza de Barrio

Se habla mucho del canon de belleza, de los estándares, y cuando se habla de ella se está hablando en realidad de un estilo oficial, único, con referentes impuestos desde las revistas.

Pero finalmente la belleza es una virtud que viene impuesta de nacimiento. Se tiene o no se tiene y, hoy por hoy, cuando se intenta transformar con un bisturí, existe el riesgo de que el resultado convierta al aspirante a bello tardío en un adefesio de diseño.

Me decía una de las personas retratadas que “la belleza es la autoestima; es para verte bien tú misma, no para los demás”. Aceptando pues que no hay juicio estético más válido que otro, en “Belleza de barrio” prescindo de mis prejuicios y busco la belleza desde un criterio ajeno al mío. Me olvido de mis asunciones, determinadas por los filtros comerciales de la maquinaria publicitaria, e intento llegar al interior de la persona invitándola a ser hermosa, a mostrar su propia idea de belleza: la belleza que quiere proyectar en su entorno, en su barrio. La que quiere ver reflejada en los espejos de su casa.

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© Ricardo Cases
2008
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