Tiago Da Cruz (Caldas da Rainha, 1976) siempre se ha movido entre dos
mundos, a medio camino entre lo irreal y lo real, entre las presencias y
las ausencias. Reside - tenía que ser así - en un lugar situado entre dos
mares donde las culturas se unen o se distancian según los vientos. Unos
ven la realidad y callan, otros la viven y otros, como Da Cruz, la viven y
la cuentan. La cámara fotográfica se ha convertido en su instrumento para
dar testimonio de ciudades y personas.
Sus imágenes, sin embargo, no son fotografías documentales. Hay ventanas
nocturnas que podrían ser de cualquier urbe de occidente. Las personas
están, pero casi nunca aparecen en las imágenes. Es preciso rastrearlas
por las huellas que dejan en los espacios. Da Cruz busca paraísos
perdidos, vacíos y mundos que sólo existen para quienes miran dos veces.
Quizá por ello resulte conveniente detenerse en sus fotografías. Sólo así
es posible encontrar a los ausentes y ver con nitidez la dimensión en la
que el lugar confluye con la visión subjetiva de quien lo habita en un
preciso instante.